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Zorba y la asertividad

Nos cuesta mucho expresar cómo nos sentimos cuando alguien querido o de nuestro entorno más inmediato tiene un comportamiento, que bajo nuestro punto de vista, resulta poco adecuado: llegar tarde, entregar un informe en mal estado, que nuestro hijo no recoja la habitación, que alguien nos trate injustamente…, es entonces cuando solemos callar, hasta la próxima, y de este modo, decimos cuando ya no podemos más, cuando la gota colmo el vaso y la emoción del enfado nos invade. Así decimos mal, tarde y con poca precisión. Sin embargo si practicamos la asertividad podremos generar vínculos más satisfactorios, seremos directos pero amables, expresaremos exactamente cómo nos sentimos siendo conscientes de que habrá una posibilidad de que esa persona cambie en algún momento ese comportamiento inadecuado en otro más correcto. Por eso conviene que practiquemos el espíritu de Zorba en algún momento de nuestra vida.

Zorba el Griego es Anthony Quinn y ambos son mucho más que un actor genial y un personaje fabuloso de película, son una forma de estar en la vida, de pensar, actuar y, en definitiva, de amar. Porque los dos aman mucho y muy intensamente: aman el trozo de pan que llevan a la boca, la tierra que pisan sus infatigables pies y las personas que tienen la oportunidad de encontrarse por azar, porque, en realidad, son de los que encuentran, no de los que andan buscando. Aman lo instantáneo de su sombra, la música, la poesía, la fiesta irredenta, bailar hasta el infinito y hacerlo en serio, como si les fuera la vida en ello. Cuando bailan se quitan la chaqueta, la tiran al suelo, se arremangan “bailar, ha dicho usted bailar…” su entonación cambia, se vuelve más enérgica, entusiasta y decidida, compadrean entrelazados por el ritmo, las manos y el lenguaje que manejan con gracia y acierto.

Zorba es una gran película que define el cine como arte indiscutible. Pero, además, para nosotros sus últimos 10 minutos de metraje son el momento en el que percibimos, aprendemos, y comprobamos parte de lo que queremos ser y cómo queremos vivir nuestra vida. En esos 10 minutos todos querríamos ser como Zorba, tener su agilidad y frescura, sentirnos libres como él con un punto de irresponsabilidad, bebernos la vida a cada trago y atragantarnos hasta que nos duela el festín, querríamos vivir intensamente y a cada bocanada sentir que nos falta el aire y, por eso, llenarnos los pulmones.

En esos 10 minutos Zorba arruina la vida al personaje que interpreta Alan Bates, pero, al mismo tiempo, se la salva. Después de que se venga abajo la obra de ingeniería que el segundo confía al primero, Zorba le dice algo que sólo son capaces de decirte los buenos amigos: “Maldita sea, jefe, le aprecio demasiado como para no decírselo… usted lo tiene todo excepto una cosa: locura, y un hombre necesita un poco de locura o si no… si no nunca se atreverá a cortar la cuerda y ser libre…”.

Ser libre, así que de eso se trata, de cortar la cuerda, de poner un poco de locura a la propia vida y tomársela medio en broma, medio en serio, se trata de reírse de vez en cuando de uno mismo y darnos poca importancia, de relativizar, asomarnos al abismo de la vida o de la muerte y sonreír ante lo que allí vemos. Cada vez que lo hacemos nos volvemos más ligeros, aliviamos la carga y nos concedemos, por fin, vivir por encima de nuestras realidades. La vida como un embarazo, todos los días la fecundamos o nos olvidamos de hacerlo, todos los días una oportunidad para sentirte libre y ejercer nuestra libertad, aunque sabemos que tenga un coste en forma de malentendido, herida, enfado o crítica.

A la mayoría nos gustaría ser Zorba o, al menos, tenerle cerca para que nos susurre lo mismo, “un poco de locura para que la vida se vuelva apetecible», porque también es bueno expresar, decir al otro lo que piensas que tiene que mejorar, y decirlo desde el aprecio y el cariño, buscando emociones positivas, o al menos neutras, para explorar el maravilloso mundo de la retroalimentación positiva cuando queremos cambiar un comportamiento que no es adecuado; decirlo, saber decirlo con la emoción correcta es un aprendizaje que puede durar toda una vida.

Así que nuestro consejo es que sigáis a rajatabla las lecciones que nos ofrece el lenguaje positivo y que en este momento os ofrecemos:

1

En ese aprendizaje mejor no utilizar los absolutos (siempre, nunca, todos, nadie, nada…), ni el verbo “ser” que juzga y etiqueta (es que tú eres…), ni los adjetivos que califican y van a continuación del verbo ser, ni, por supuesto, hablar de otras heridas abiertas y retrotraernos al pasado. Te digo y lo que te digo es algo concreto, directo, sencillo, honesto, es algo que he comprobado yo y no es un rumor, como te aprecio demasiado… te lo digo.

2

Es importante decir cuál es el sentimiento y las consecuencias que tiene la conducta inadecuada, ofreciendo de forma clara el daño que se está produciendo; “cuando llegas tarde a una reunión el equipo se siente mal y tenemos que retrasar la toma de decisión o el resto de reuniones” “cuando dejas la habitación con ropa tirada siento que no ayudas en que estemos bien en casa”

3

Ofrecer la conducta querida y constructiva: “y por eso te pido que agendes bien las reuniones o que avises si vas a llegar tarde para poder empezar cuanto antes” “y por eso te invito a antes de irte al cole recojas la habitación o que dediques un tiempo por la noche para recoger la ropa”. Es muy interesante que en esta fase utilicemos verbos amables y asertivos como “invitar, ofrecer, pedir…”

Te deseamos que lo ejercites siempre que puedas, acuérdate de Zorba y su “Maldita sea, jefe, le aprecio demasiado como para no decírselo…» 

 

José Luis Hidalgo

jlhidalgo@inteligenciaenellenguaje.com

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