La importancia de un adverbio
[como escribía admirablemente Lobo Antunes “Soy todavía, por ejemplo, cuando me detengo a ver a unos chicos jugando al fútbol y la pelota, mal lanzada, viene a parar a mis pies y no me resisto a devolverla, feliz, con un chute con estilo, después de hacerla botar dos veces en la rodilla, y en esos momentos recupero instantáneamente la infancia y la alegría. Soy ya en los restaurantes, si los niños corren más de un cuarto de hora a gritos entre las mesas y me apetece hacerles primero una zancadilla y estrangularlos después con un chirriar de dientes vengativo, echando espuma por la boca. Soy todavía en el placer que siento al andar por el bordillo de la acera sobre aquellas piedras largas sin pisar las junturas que las separan, o caminar sólo por las baldosas negras del suelo de la cocina. Soy ya al pensar, como el poeta francés, que el amor es un verbo imposible de conjugar dado que el pretérito no es perfecto, el presente es poco indicativo y el futuro condicional…”].
“Todavía» es un adverbio. Como si fuera una célula glía suministra de información a las palabras principales, los sustantivos, los adjetivos…, digamos que es una opción secundaria en una frase, no tiene glamour, desde luego no el glamour de un verbo, sin el cual es imposible vivir, amar, construir o elaborar un discurso coherente. Sin embargo las células glía son indispensables para hacer llegar todo el apoyo y el auxilio a las neuronas, igual que un adverbio, un artículo o un pronombre, que dan estructura y soporte a las palabras principales. Son un importante asunto menor.
Porque en la inclusión de esta pequeña palabra, a veces, casi siempre, nos jugamos el futuro. Sin ella nos volvemos predecibles, rutinarios, quejumbrosos, y por eso, basta con su utilización para que abramos una pequeña puerta al mundo de la posibilidad, para que sigamos lúdicos, esperanzados. “Todavía” es un adverbio inquietante ya que sugiere o invita, de forma velada, que no hay un final y, por tanto, que “todavía” hay tiempo para la escucha, para la creatividad, el juego, la emoción o el atrevimiento, e incluso, la equivocación.
Con este adverbio las personas nos volvemos navegables… el alma liviana que fluye y vive el tiempo que tiene delante. A partir de cierta edad, cada persona es responsable de la cara que tiene, nuestra piel se convierte en el cuaderno donde escribimos la historia de nuestra vida y en ella integramos aquello que superamos, que incorporamos a través de nuestro trabajo y nuestro esfuerzo. Y aquí es donde las palabras juegan un papel primordial, porque, sin duda, nos parecemos a lo que decimos, tenemos la cara y el gesto de nuestro discurso, de nuestros “ruiditos” y suspiros (puf, uf, ñec, ehh, ah, guau…), pero también nos parecemos a lo que callamos, a nuestros silencios, pausas, respiraciones. Pues bien esta estupenda palabra, “todavía”, hace que nos brillen los ojos, la piel, que nuestros músculos se preparen y estén prestos, nos sienta bien, nos embellece porque nos anima.
En ese sentido, es la misma palabra que gobierna la vida de los que resisten y están dispuestos a seguir, cueste lo que cueste, haciendo aquello que les gusta y les dio sentido a la vida. Es el “todavía” de Leonard Cohen cuando nos regaló su último disco “you want it darker” sabiendo que, efectivamente, iba a ser su último disco ; o el de Auguste Rodin cuando, siendo un genio discutido, diseñó la arriesgada y deslumbrante exposición de París en 1.900 con 60 años e, indiscutiblemente, el alma navegable; o el de tantas y tantas personas que no se conforman e inventan nuevas formas para encontrar su propio ritmo, su propio misterio, su auténtico desafío.
La vida que tú convocas.
La vida que se vuelve apetecible, placentera, la que tiene la pausa suficiente para que te encuentres por lo menos una vez al día. A veces, para vivir, para vivir bien, hace falta un poco de locura, pero la locura cuando es sabia casi siempre viene precedida de nuestro lenguaje. No basta con el descaro o el desenfado, necesitamos conocernos bien, aprovechar las cartas y el talento del que disponemos en el momento exacto en el que nos encontramos, necesitamos sembrar de palabras buenas nuestros pensamientos, un habla interior rico y poderoso. Aprender lo bueno requiere poso y paciencia, tiempo interno y calma. La vida la convocamos todos los días, nos llega todos los días.
Esa es la invitación que te hago, tal cual lo cuenta Lobo Antunes en el extracto que he reproducido al principio de este texto. Es una apuesta basada en un adverbio, el adverbio “todavía” para que sigas disfrutando y convocando la vida, esa que nos llega todos los días, en cada segundo ¿lo puedes percibir?.
José Luis Hidalgo
jlhidalgo@inteligenciaenellenguaje.com
Blog personal : Gilda y yo Linkedin Twiter Facebook