
Palabras desde el alejamiento social
15 días ya en casa. No sé bien cómo sentirme. Aquí estoy bien, es mi hogar, mi refugio (ahora, literalmente). “Describe tu casa”. Es una de las preguntas que solemos realizar en las entrevistas que hacemos a directivos para analizar su lenguaje . ¿Cómo? “Describe tu casa”. Cuando contestan con frases que incluyen la palabra “refugio” sabemos mucho más de la vida de esta persona. Tiene que defenderse, necesita protección, está en guerra en algún lugar de su vida. Fuera caen bombas.Ahora, la única metáfora que resume nuestra situación como sociedad en el mundo es “en guerra contra el coronavirus” . Me interesa el lenguaje, escucho y leo buscando otras metáforas que describan la situación pero no destacan, solo palabras bélicas: en guerra, en primera línea de defensa, enfrentando, luchar, atacar, resistir. Ganar. Refugiarse en casa. Refugio. Las palabras no son inocentes, crean realidades. Así que aquí estoy, en mi refugio. Leo mucho, es mi pasión y mi profesión. Acabo de terminar una gran novela “Recuerdos del porvenir” de la mexicana Elena Garro. ¿Cómo no la descubrí antes? Y me he sentido atrapada emocionalmente por uno de sus personajes, Juan Cariño. Un loco entrañable y cabal, enamorado de los diccionarios, con una misión limpiadora:
“Su misión secreta era pasearse por mis calles y levantar las palabras malignas pronunciadas en el día. Una por una, las cogía con disimulo y las guardaba debajo de su sombrero de copa. Las había muy perversas; huían y lo obligaban a correr varias calles antes de dejarse atrapar (…) Al volver a su casa, se encerraba en su cuarto para reducir las palabras a sus letras y guardarlas otra vez en el diccionario, del cual no deberían haber salido nunca. Lo terrible era que, no bien una palabra maligna encontraba el camino de las lenguas perversas, se escapaba siempre, y por eso su labor no tenía fin.”
En días de fiesta, Juan Cariño, el loco de Ixtepec, era el más feliz: estaba de vacaciones porque las palabras que estaban en el aire eran sus palabras predilectas y su sombrero estaba vacío de palabras perversas.

Foto de ilustración original de Jimmy Liao
He descubierto estos días palabras que quisiera que Juan Cariño guardara todas las noches en su sombrero de copa, capturándolas por las calles de mi ciudad, de mi barrrio, para que nos librara de sus efectos. Enfermos y muertos, tristeza y angustia. Y también otras menos evidentes, a las que no había hecho mucho caso antes por nuevas, por defensivas. “Distancia social”. Sí, vale, lo sé, a dos metros. Sin abrazos ni besos. Nada de grupos. Ahora leo “Alejamiento social”. Más intensa, más negativa. Los investigadores lo definen así: “Reducir el contacto fuera del hogar, en la escuela o en el lugar de trabajo en un 75 %”. Todas las naciones deben imponer el alejamiento social. Minimizar el contacto social, lo que, en general, reduciría el número de contactos en un 75 % (Pienso que tendremos que pensar y elegir muy bien quién formará parte de ese 25% de personas con las que sí tendremos “cercanía social”).
Cuando la distancia social y más grave, el alejamiento social, se instalen en nuestras ciudades, en nuestros barrios, nuestra actual forma de vida saltará por los aires. Parecen palabras neutras y no lo son, la realidad que nos traen es perversa, con consecuencias en todas las dimensiones de la sociedad, personales y económicas.
Hoy, sin saber aún cómo sentirme, quisiera ver a Juan Cariño pasear por nuestras calles para capturar rápidamente estas palabras en la noche y tras volver a casa, reducir las palabras a sus letras y guardarlas otra vez en el diccionario, de donde no deberían haber salido. Nunca.
“Cuando yo muera, alguien tiene que heredar mi misión limpiadora. Si no, ¿qué será de este pueblo?”
Juan Cariño. Personaje de Elena Garro.


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